martes, 10 de junio de 2014

Capítulo 34: aYAla!

El primero de los 2 partidos que le restaban a  River para finalizar el Campeonato era con Ferro de Visitante. Un partido relativamente fácil para un equipo grande, pero River hacía tiempo que se encargaba de complicar lo simple y por eso iba último.
 
Si bien el encuentro se jugaba en Caballito, El Verdolaga había cedido su localía de facto y la mayoría de las butacas iban a ser ocupadas por hinchas de River. Ferro no corría riesgo de descender y tampoco aspiraba a puestos de Copa, ocupa la mitad de la tabla luego de muchos empates, los  puntos no le interesaban, pero si hacerse de una cuantiosa recaudación que lo ayudara a apuntalar su desvencijada economía, luego de la huida de su último dueño, un inversionista iraní, hacía apenas un par de meses.
Todos los focos apuntaban a ese partido. Si bien El Newells de Messi y Mourinho podía coronarse campeón, dependiendo de un par de resultados, Ferro – River era cubierto por más del doble de periodistas.

Interesaba en los deportivo, ¿Cómo no?, el descenso del Millonario podía ser un acontecimiento único en 100 años, pero también en lo policial, todo el Mundo especulaba que si River no ganaba esa fecha y descendía, los cuarenta mil hinchas que concurrirían al estadio, desatarían el caos, en el centro geográfico de la Ciudad, saqueando negocios, incendiando autos, enfrentándose a la policía, en medio de un barrio superpoblado de clase media.

Durante la semana El Ministro del Interior, un bigotón morrudo, con pinta de policía, que daba las conferencias de prensas con las gafas Ray Ban aviator negras puestas, habló más del partido con la prensa que Guardiola, incluso se atrevió a dar su pronóstico “No se preocupen, que no creo que River descienda en esta fecha”.

Los políticos rezaban porque River no perdiera la categoría en ese partido. Porque no se les cayera el cigarrillo encendido en medio de la estación de servicio. Se hablaba de un acuerdo secreto con la Dirigencia de Ferro, el Partido por un Terreno Baldío que el Club ocupaba y pertenecía a La Nación.

En lo Futbolístico Guardiola sabía que Ferro era un equipo que marcaba pocos goles, su preocupación residía en como anotarle a esa defensa granítica pergeñada por, ni más ni menos, que Héctor Cúper, un técnico que había acumulado numerosos Subcampeonatos, con equipos que no estaban acostumbrados a pelear por el título  y era señalado por todos como un gran especialista defensivo. Algunos creían que era un fracasado, por no haber salido nunca Campeón, otros un genio, por pelear Campeonatos con equipos tan limitados. Ni lo uno ni lo otro, para mi Cúper era un trabajador, alguien que cuando su madre le preguntó "¿Pero de qué vas a vivir?", guardo la guitarra en el armario y salió a levantar paredes, en lugar de escribir estribillos.

En Ferro casi todos los jugadores  tenían responsabilidades defensivas, sin embargo, el líder en ese aspecto, el que coordinaba todo desde adentro del Campo era Roberto Fabían Ayala, el capitán, “El Ratón”, un aguerrido zaguero central de 40 años, de gran carrera en River y la Selección Argentina, que había vuelto a Ferro, el Club del que había surgido, ya hacía varias temporadas, para retirarse, pero siempre renovaba por un año más. A su lado se situaba el Juvenil Federico Fazio, “El Ratoncito”, que sonaba en varios equipos grandes como refuerzo, incluido River. Juntos formaban una de las mejores zagas centrales del torneo y luego todos, cada jugador aportaba lo suyo para que pareciera imposible poder marcarles un gol.

El Estadio estaba repletó, parecía un partido por el campeonato, el público de River alentaba ensordecedoramente, no se escuchaba ningún insulto, ningún chiflido, ningún murmullo. ¿Cuánto podía durar esa situación?

Antes de comenzar el partido Ayala fue a saludar a Guardiola, su compañero en el Glorioso River de los 90’, se dieron un beso, se dijeron algo al oído y ambos rieron jocosamente.

Iniesta los miraba petrificado, emocionado, recordando aquel equipo memorable que ellos habían integrado, ese por el que se había hecho definitivamente hincha del club. En ese River el había soñado con jugar y no en este equipo deshilachado, que solo de milagro podía salvarse del descenso.

Ayala pasó por al lado de Iniesta, que lo miraba inmóvil y le pegó un cachetazo en la nunca. Andrés no sabía si el saludo era amistoso o aquel viejo zorro, ya estaba caldeando el ambiente para el partido.

Cuando pudo contestar algo, Ayala ya estaba saludando a los cuatro costados del Estadio, que repleto de hinchas de River, lo premiaba con un estruendoso aplauso y una canción “Atención, atención, atención, atención, Ayala te saludan los borrachos del tablón”. Iniesta caminó unos metros y se acomodó en el banco de suplentes, aferrándose a su abrigada campera inflable, la temperatura era de unos pocos grados centígrados.

River dominaba el partido, tenía la pelota, pero le costaba generar peligro. Ferro lo esperaba cerca de su área, con dos líneas de cinco, obligándolo a tirar centros, que rechazaban Ayala y Fazio invariablemente. Es verdad que Ferro no atacaba, le costaba pasar mitad de cancha, pero River tenía que ganar, el empate no le servía de nada y entonces debía marcar.

Con el correr de los minutos, los gritos de aliento se transformaron en murmullos de preocupación. Cuando terminó el primer tiempo incluso se escuchó el primer insulto. La gente gritaba “Movete River movete, movete y deja de joder, está hinchada está loca, hoy no podemos perder” y luego “A estos putos les tenemos que ganar, a estos putos les tenemos que ganar”.

Poco cambió en el clima cuando los jugadores salieron a jugar el segundo tiempo. El nerviosismo imperaba.

La transmisión mostraba más las tribunas, donde el caos estaba a punto de empezar, que el campo de juego, el partido, triste y aburrido, monótono. Cientos de hinchas de River subidos al alambrado que los separaba del campo de juego, en cuclillas sobre el alambre de púas, amenazaban como invadir el terreno, como tanques nazis al borde de la frontera. El director se iba entonces con la cámara área montada en un helicóptero, especialmente alquilado para esa oportunidad, que enfocaba los alrededores. La vista panorámica le daba un tinte dramático a la crónica, como si se tratará de un asalto con toma de rehenes incluida,  de desenlace inminente.

Irían 10 minutos del primer tiempo cuando algunos plateistas mirando al banco, y sin muchas más alternativas, comenzaron a pedir por Iniesta “Iniesta, Iniesta” “Ponelo a Iniesta Guardiola ¿O estas esperando que nos vayamos a la ‘B’? la puta que te parió” gritó un anciano con todas sus fuerzas, asustando a su propio nieto.

Pep lo llamó a Andrés y le dijo que se ponga a calentar. La Platea estalló.

No hubo muchas indicaciones. Guardiola quería que Iniesta jugara, libre, sin condicionamientos, que fuera el mismo chico enamorado del fútbol que había venido desde Europa.

Iniesta entró por Nani e inmediatamente le dio claridad al juego ofensivo de River. No era Cristiano Ronaldo o Messi, no era ofensiva instantánea, no era un jugador que pudiera ganar el partido por sí mismo, pero le otorgaba fluidez y profundidad al juego equipo. Daba buenos pases, intervenía con inteligencia, tocaba y se desmarcaba constantemente para darle opciones de pase a sus compañeros y fundamentalmente leía bien el partido. Veía más allá que el resto de los jugadores, no se dejaba tentar por la zanahoria colgada de la punta del palo. Cuando él entró, se terminaron definitivamente los tan tentadores como inútiles centros a la olla, con los que River inundaba el área de Ferro. Si no veía la jugada él seguía tocando, en lugar de revolearla estoicamente al área. Se acabaron aquellos billetes de lotería, que podían solucionarles la vida en un instante, pero siempre terminaban rotos en el suelo. Si, como dijo Bielsa, jugar bien es achicar el margen del azar, con Iniesta River dejó de depender de la fortuna.

Los Millonarios comenzaron a generar verdaderas jugadas de peligro, manos a manos errados, tiros que rozaban los palos, desbordes, al corazón del área,  que nadie conectaba. River ya merecía el triunfo, pero el gol no llegaba. Hay que decir que Funes Mori, que aquella fecha reemplazaba a un convenientemente lesionado Cavenaghi, no estaba especialmente inspirado aquel día.

Guardiola no parecía nervioso, sino más bien confiado, tranquilo. Él y Ayala se intercambiaban señas, gritos, bromas.

Corrían 35 minutos del segundo tiempo. Algunos hinchas de River estaban viendo que hacer para suspender el encuentro. Creían que si detenían el partido en ese instante, también detenían, de manera perpetua, el descenso de River. Como la chica de la película, que encuentra el botón para congelar al mundo, 1 segundo antes de que la bomba neutrónica toque el piso, y tiene que dejar todo así, quieto, con su padre en la mecedora a punto de darle un mordisco al sándwich de pepinillo, o enfrentarse al holocausto inevitable.

Una pelota vuela al área de Ferro, Ayala va a rechazarla fácilmente, como hizo decenas de veces durante toda la tarde, pero en lugar de pegarle con la cabeza, intenta bajarla para salir jugando, aunque lo hace con la mano. “Penal!!!!!”, el público grita enloquecido, pero el árbitro no lo cobra. Ayala es un jugador con ciertas prerrogativas, querido en el ambiente, capitán de la Selección por muchos años, Los árbitros suelen dejarle pasar alguna.

La tribuna se viene abajo. Los jugadores de River rodean al árbitro, que gesticulando da a entender que vio la mano, pero la consideró casual, Ayala lo mira a Guardiola que le grita algo y sube los hombros a lo Jordan, como diciendo “¿Qué queres que haga?”.  Los hinchas se vuelven locos “Si lo tiran a River al bombo, va a haber quilombo, va a haber quilombo”.

No pasa un minuto e Iniesta recibe la pelota de los pies Mascherano, a 10 metros de la medialuna del área de Ferro. Delante de él escalonados están Buffarini y Ayala. La tira larga. Buffarini va al suelo a barrer, pero queda en el piso viendo como Iniesta, que sigue en velocidad, encara a Ayala. El público se levanta expectante, por un rato dejan de insultar al árbitro y quedan en silencio. Ayala en lugar de ir a buscar a Iniesta vehemente, como suele hacer, va trotando hacía atrás, internándose en el área para esperarlo y cuando este llega lo empuja, en una falta muy evidente. “PENAL!” grita todo el estadio nuevamente. Y está vez el árbitro si lo cobra y amonesta a Ayala, que se queja, acusa a Iniesta de simular y hace gestos ampulosos. Es la quinta amarilla para Ayala en este Campeonato, que puede adelantar sus vacaciones en Cancún y allí decidir si retirarse o seguir una temporada más, tal vez convertirse en técnico o dirigente, de River o de Ferro o quizás en Periodista.

Va a patearlo Nasri, pero el público y el propio Guardiola piden por Iniesta. Ayala le grita al Francés, señalando a Pep, “Dice que lo patee Iniesta”. Nasri le da la pelota a Andrés, sin ningún reproches, casi con alivio, como sacándose un peso de encima.

Iniesta toma carrera y se queda mirando al árbitro, esperando que le dé la orden, evitando observar al arquero, que hacía monerías para desconcentrarlo, saltaba de un palo al otro, señalando el lugar donde quería que lo patee.

Cuando el árbitro da la orden, Iniesta mira hacia adelante, va casi caminando, al trote y mientras observa el cuerpo del arquero moverse a la izquierda, le pega a la pelota despacito, poniéndola en el ángulo inferior derecho.

Fue el grito de gol fue el más fuerte y largo que escuché en mi vida. A diferencia de otros gritos de gol, no era un grito homogéneo, costaba entender que decían los hinchas, no se distinguía ninguna palabra, no parecía humano. Eran más bien como un grito infernal, el grito al unísono de cuarenta mil almas desesperadas, cada una rogando por su propio destino.
Mascherano gritaba, mientras se agarraba los testículos, mostrándole a los hinchas, que este equipo tenía hombría. El único que no lo celebró demasiado fue el propio Iniesta, apenas saludo a algunos compañeros, pero el era un jugador clásico, al que le habían enseñado, que los goles en contra o de penal no se festejan. 

El partido siguió, pero el triunfo de River ya no estaba en discusión, Ferro continuaba en la misma tesitura, solo que ahora perdiendo, sus jugadores apenas pasaban la mitad de la cancha.

El árbitro terminó el encuentro y por los resultados que se habían dado en otras canchas y los hinchas chequeaban constantemente en sus teléfonos, River mantenía sus chances de permanecer en  la categoría una fecha más.

De pronto el campo de juego se vio invadido, se asemejaba a un campo de batalla, cientos de periodistas iban de acá para allá, cargando cámaras, micrófonos, cables, al trote, para hacer sus entrevistas urgentes, mientras fuegos artificiales explotaban en el aire y los gritos desde los 4 costados eran ensordecedores. Algunos hinchas entraron al terreno y comenzaron a forcejear con sus ídolos, para obtener una remera, un botín, un par de medias, alguna reliquia sagrada de aquella hazaña que colgar en el Living o vender en MercadoLibre.

Iniesta se quedó mirando todo eso, quieto, de alguna manera lo conmovía, parecía que habían salido campeones.

Ayala pasó a su lado y una vez más, le dio un cachetazo en la nunca.  Cuando le pudo contestar, El Ratón ya se había perdido en túnel del vestuario, luego de saludar a Guardiola.

#IniestaDePenal
#RiverNoSeVa
#PenalDeAyala

5 comentarios:

  1. El héroe de la fecha: El Ratón; humildad, compañerismo y memoria.
    Emocionante

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    1. Y de Iniesta también, que agarró la pelota, fue a patearlo y no hizo la Gran Gringo Heinze

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    2. Ustedes se quedan con aYAla o Iniesta, el héroe individual, yo me quedo con Cúper al que se acusa de trabajador, de no ser burgés, ese es el héroe colectivo.

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    3. De chica vivía en Caballito y era hincha de Ferro, cuando Caballito no tenía tantas torres y era más de clase media. Aún hoy es de los barrios más lindos de Buenos Aires, a pesar de que lo están destruyendo. Para mi Ferro y Caballito es parte de mi infancia, un paraíso perdido.

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