jueves, 8 de mayo de 2014

Capítulo 23: Bruce Willis y Jimmy Stewart

Luego del incidente de la CaminoSenda sabía que todo se iba a hacer cuesta arriba, pero todavía confiaba en mi talento para revertirlo y triunfar.



Era difícil,  antes de comenzar el siguiente entrenamiento, Guardiola me llamó aparte y me dijo que iba a ir al banco en el próximo partido. Se lo notaba triste, compungido, avergonzado, ni siquiera podía verme a los ojos, miraba para abajo, se enfocaba en sus manos, un poco temblorosas. Entendía que yo no lo había hecho a propósito, pero esas eran las reglas de juego, además tampoco estaba jugando tan bien. Ya iba a tener otra oportunidad, ahora lo mejor era aceptar el castigo, sin resistirse y sobretodo, sin hablar al respecto con la prensa.

Fue un Deja Vu, me sentí Bruce Willis en esas películas en donde su jefe, El Comisario, le pide la placa y la pistola y le dice que Asuntos Internos va a comenzar a investigarlo. No es una decisión de él, viene de arriba, y Bruce Willis tira la placa y la pistola arriba de la mesa y se va, dando un portazo, tampoco se puede quedar a discutir con El Comisario, que sabe que lo quiere y no tuve la culpa, los malos fueron los que le tendieron la trampa, las cosas son así.

Y Bruce Willis sale y ahora tiene que atrapar a los malos, a los que no podía atrapar siendo policía, sin placa y sin pistola, mientras todo el FBI y parte del ejercito lo persigue.

Y lo hace, porque es Bruce Willis.
Yo era Bruce Willis.
Yo no era Bruce Willis.

Era más bien un Jimmy Stewart, el Jimmy Stewart de Mr. Smith Goes to Washington, un hombre inocente que, con buenos modos e ingenio, le iba a enseñar al Mundo que estaba equivocado.

Sabía que iba a tener que pasar muchas dificultades, me las imaginaba, pero al mismo tiempo me sentía predestinado a triunfar y ese sentimiento efervescente, me daba una motivación, un ímpetu casi infinito, y no me dejaba darme por vencido.

Tenía la determinación del demente, probablemente lo era, como Stewart, no tanto como Willis.

-o-
Pero pasaban las semanas y yo seguía en el Banco. No jugaba ni un minuto, nunca entraba.

La primera vuelta había terminado, River seguía en zona de descenso y su rendimiento era desastroso. Malo en defensa, malo en ataque, apenas si se salvaba Mascherano, que estaba en el equipo ideal del Campeonato de la primera ronda según los fans.

El Newells de Messi y Mourinho iba primero a 6 puntos del Boca de Cristiano Ronaldo. Cada vez que Mou o Messi miraban a cámara, sentía que me hablaban a mi, que seguía en la clandestinidad, involucrado en el crimen que ellos habían cometido.

Cuando perdíamos, y siempre perdíamos, Guardiola se daba vuelta tratando de hallar la solución en el banco. Nosotros buscábamos su mirada esperanzados, como si fuéramos cachorros de una perrera, tratando de que nos adoptasen. El arquero suplente, que no tenía chances, era una especie de exegeta de Pep y de acuerdo a sus gestos: a como revoleaba los brazos, a como estrellara la botella de agua mineral contra el suelo y a sus interacciones con el árbitro, él señalaba cual sería el cambio. “Ahora entras vos” le decía al afortunado, casi felicitándolo.

Sin embargo algunos jugadores, cada vez más con el pasó del torneo, ya no querían ser elegidos, viendo que el premio era hacerse al menos en parte responsables de una derrota, que casi siempre era inevitable, acumular partidos en la peor Campaña de la Historia del Club, volver a hacerse presente en la memoria de los ya enfurecidos hinchas.

Los delanteros, lo más perjudicados, notaban que era muy difícil anotar en los 10 o 20 minutos que tenían de chance, mientras que la cantidad de partidos se incrementaba en la estadística, sin considerar este detalle.  Seguían teniendo digamos 5 goles, pero como la cantidad de partidos aumentaba, el cociente, el promedio goleador, disminuía, hasta que al final de la temporada los hinchas viendo el número en frío iban a preguntarse “5 goles en 20 partidos, ¿A este muerto compramos?” y lo mismo podía pensar el dirigente de algún club que quisiera contratarlos.

Yo sin embargo quería entrar, quería revancha, buscaba la mirada de Guardiola, pero él me evita. A veces, cuando no lo observaba, él se quedaba viéndome unos segundos, en silencio, como se desea a una mujer casada en una cena de amigos, pero luego parecía decirse “No, no, no puedo” con la cabeza, todavía no podía entregarme la placa y la pistola.

Al principio no entendía porque si Guardiola no tenía pensado hacerme entrar bajo ninguna circunstancia, no me enviaba a jugar con la reserva, para hacerle lugar a un jugador que tuviera posibilidades de entrar y para darme continuidad.

Luego me di cuenta que el Banco de Suplentes era un Castigo al que estaba condenado, una especie de Limbo Futbolístico Permanente. En la Reserva podía jugar, hacer goles, dar pases, destacarme, en el banco no. La reserva jugaba un rato antes que el primer equipo, en el mismo estadio, ante el mismo público que viéndome jugar bien podía preguntarse “’¿Y por qué no juega Iniesta?”.

En el banco de suplentes en cambio todo era gris, olvido.

Con la mayoría del Periodismo deportivo, que tenía buena relación con la Dirigencia del Club, pasaba algo parecido. A poco del incidente, dejaron de criticarme con malicia, parecían no tener intención de destruirme, simplemente me ignoraban, lo cual en un punto era aún más angustiante. Me habían descartado, ya no era un jugador del que valiera la pena discutir.

Con los Fans pasaba algo parecido. Ya casi no veía hinchas con mi dorsal, todos parecían tener la camiseta del nuevo refuerzo, un joven volante creativo Dinamarqués, que había llegado en el mercado Navideño.

Una vez, luego de estar días sin firmar un autógrafo, vi venir  hacía mí un hincha. Era un nene de  10 u 11 años y tenía puesta mi camiseta, que ya parecía vieja. El Rojo lucía desteñido, no era tan brillante como el del nuevo diseño, que había salido en enero. El blanco estaba percudido, luego de miles de partidos, de peleas en el piso con amigos y hermanos.

Mientras se acercaba, busqué en el bolso el marcado indeleble,  pensé una frase memorable, algo que valiera la pena enmarcar y exhibir, que me hiciera, aunque sea mínimamente, un poco inmortal.

El niño, una vez que estuvo en frente mío me exigió “Eh, Iniesta, amigo, ¿No me prestas 5 pesos?, que me quiero comprar la camiseta de  Christian Eriksen”.

Le di 10.

10 comentarios:

  1. Pero ves el MAL que le hacen el poder y las corporaciones al VERDADERO Fútbol, al Fútbol de Iniesta...
    Esto no puede ser...

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  2. ¿Triunfara Iniesta venciendo, como bien dice nL, a Las Coorporaciones y a los Medios Concetrados? Iniesta Presidente!!!! ;)

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    1. Corita, preguntas y te respondes vos misma, temo por tu salud mental jajaja

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  3. Perdón, pero esta historia es Kirchnerista?

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  4. Me parece que se termina yendo cedido

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    1. Y le va bien y vuelve, pero daría para muchas temporadas

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